Cada día que pasa me percato que somos una orden del Universo, que en algún instante nos advierte que podemos insistir en alcanzar ese algo que tanto estimula la ambición sin garantía de felicidad pero que, continuemos insistiendo porque sin darnos cuenta cambia el rumbo y terminamos siendo diferentes a lo que en alguna oportunidad quisimos ser.
Es un algo que nadie sabe dónde nace pero asombra y crea incertidumbres debilitando ese falso poder que nos encanta a los mortales construir porque , al final, nadie puede con el destino y nos damos cuenta que eso, de libre albedrío, no es más que una ilusión de las miles de ilusiones que nos depara el transitar por éste planeta.
Nos levantamos todos los días aspirando muchas cosas con tal de continuar con ese titánico esfuerzo que nos separa de la verdad del alma ya que la meta resulta inalcanzable porque la ambición es así, no conoce fin. Entonces, queremos paz pero no entendemos el mensaje del silencio de esa verdad que nos invita a desnudarnos de tantas cosas que confunden lo auténtico con la fantasía.
Queremos un día y al otro queremos más y cuando no queremos es porque algo anda mal. Estamos de pasada y todo, al igual que la existencia, tiene fin. El cuerpo tiene fin, los anhelos tienen fin, la verdad y la mentira tienen fin y hasta el amor tiene fin. Lo que no tiene fin es el alma que le pide a la muerte que se apiade de ella ya que la vida terrenal no le permite refrescarse.
Cuando comprendamos que somos pasajeros en éste planeta el temor a la muerte mitiga y no nos preocuparíamos por la vejez, ni por menopausia, ni por esos ciclos biológicos, ni por la hipertrófia prostática, porque sabríamos que estamos de pasada y seríamos mas honestos con nosotros mismos, mas auténticos con nosotros mismos y mas humanos y menos aspirantes a dioses y, disfrutaríamos de quién está lado porque uno nunca sabe cuando no va a estar.
Los cuentos del amor y de la soledad que tanto mortifican a los mortales tal parece que son temas inextinguibles. Aquellos tecnócratas, que se creen que tienen la lógica, se jactan de querer darles explicaciones a esas emociones sin comprender que son parte de la vida misma y que, precisamente, no tienen explicaciones. Son necesarias para que el humano sienta que todos sus actos están contagiados de ellas para conocer lo que es tener y no tener, dando lugar al sentido de pertenencia.
Así sucede con el odio y el resentimiento, que parecen ser los músculos que manejan el lado feo de las relaciones de los hombres activando la memoria que nos precisa de las cosas feas que nos dejó el otro haciendo imposible el perdón. Sentimientos que agotan, deterioran y enferman el espíritu pero, como fascina conservarlos con tal de mantener vivo el demonio de la autodestrucción que tan sigilosamente buscamos. Son las incongruencias humanas que conspiran contra lo que tanto se aspira, tener felicidad.
Hoy quieres y mañana dejas de querer y al otro día no sabes, es la eterna confusión que doblega la seguridad de la relación. Tanta angustia por encontrar ese amor y cuando lo encuentras lo desbarata porque no te consideras merecedor de su belleza. Tal parece, e independientemente de los legados que nos deja la historia, el genero ansía estar enamorado igual a como siente la pasión y, ésto, es imposible por más que intente la inconformidad humana.
El ser humano tendrá que entender que existe el silencio de la soledad porque es el único recurso que tiene para conocerse así mismo e inicie el fabuloso acontecimiento de quererse asi mismo.
Se les quiere.