Entre tantas exigencias del mundo, estar al día con ellas es cuestión de una intensa ansiedad que se apodera de lo que queda de sensatez humana. Vivimos en una eterna casería buscando la felicidad y, al final, no se sabe qué sé está buscando, terminando conformes con los intrascendente, con lo insípido, con la nada. Cada día las calles están más llenas de almas caminando sin saber para dónde van. Es tanta la angustia por colmar el vacío que no se sabe dónde se encuentra el límite y, peor aún, no se sabe dónde se encuentra aquel ser suficiente, o aquello que sea suficiente, porque el ser humano está atrapado en lo insuficiente.
Los afectos van perdiendo su encanto al dejarle su expresión a algo tan mudo como es la figura inanimada plasmada en una pantalla. Desde hace rato el frío de un alma vacía no dice te quiero ni dice te amo. Los abrazos no se disfrutan, no tienen emociones que surten efectos, lejos de unir dejan una inquieta incertidumbre. La soledad es ausencia de si mismo, con una insaciable necesidad de ser amado por alguien que habita en una sociedad llena de soledades.
Estamos edificando una falta de expresión de los sentimientos y con ella de la verdad, reinando lo indiferente, perdiéndonos en el mutismo de aquellos necios que no se comprometen con sus hermanos, ni con los animales, ni con la naturaleza. Lo peor, no hay pasión por la propia vida. El estar vivo se ha convertido en un eterna excusa, parece un absurdo, dispersa en una especie de eterno sin fin sin saber a qué se vino a éste mundo. La inquieta búsqueda de la misión de vida es como un constante volar y volar por los aires, cuando la anidación está en nosotros mismos.
La lucha por mantenerse al día apocan la creatividad y con ella el espíritu de ser único. Aquello que nos puede llenar de voluntad y enseñarnos a ser diferentes se pierde en un torbellino de incoherencias, buscando en una relación y en otra relación, e infinitas relaciones, quién puede cargar con la vida confusa. Y, en ese eterno buscar la fidelidad, lo bello de la sinceridad, lo inocente, parecen temas ajenos para colmarse de algo contrario a lo encomendado por Dios, el amar.
Se les quiere.